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La escritura del vacío

 

 

“Pero, con todo esto, me parece que el traducir de una lengua en otra es como quien mira los tapices flamencos por el revés, que, aunque se ven las figuras, están llenas de hilos que las escurecen, y no se ven con la lisura y tez de la haz.”

Como en las traducciones que imagina el Quijote, el primer gesto que hace Mastai al empezar a pintar es dar vuelta las telas y mancharlas por detrás. Como si de ese modo, a través de una acción concreta sobre los materiales, se convocara al trazo como una forma de conjura del espacio en blanco.

Al girar la tela, surge una trama: el relieve de los hilos que se entrecruzan. Todo es áspero, discontinuo, gráfico. Se produce así, por detrás, un encuentro entre escritura y pintura, no tanto como trazo, sino como grafía. Por eso, puede pensarse que la pintura de Mastai no es una pintura abstracta, como pareciera desprenderse de una primera mirada. Su pintura, en cambio, se vuelve indicial en la medida en que pone en evidencia lo más concreto y lo más material con lo que ella puede asociarse: en la medida en que es grafía y trazo expuesto. Y es por ello, también, que la obra de Mastai se relaciona con el registro del cuerpo. No porque lo mimetice, no porque lo diga en términos de representación, sino porque lo convoca en la forma misma del trazo. Su pintura es, así, metonimia de un cuerpo.

El gesto es por definición el lugar en que se difumina la diferencia entre producción y producto. Es decir, el gesto existe suspendido en relación con la obra como fin. Mastai se detiene antes de plasmar la letra, en el trayecto que realiza la mano por el papel, en la suma de los movimientos que han ido a parar ahí. La palabra latina scribere posee una doble raíz. Por un lado es escribir y por el otro tallar. La obra de Mastai no llega a ser lenguaje sino surco, hendidura, registro de una actividad acumulada. Sus cuadros son una condensación de tiempo de trabajo.

El trazado de la letra tiene algo de paradoja en relación con la palabra viva. Por un lado, ese trazo aparentemente es la muerte de la palabra oral. Se fosiliza la palabra, se le da un aspecto material, de ahí viene la relación histórica entre escritura y monumento funerario. Pero por el otro el trazo es, históricamente, una forma que permite la superviviencia de la palabra. En eso radica la paradoja: la escritura fosiliza y parece que mata, pero a la vez otorga una sobrevida.

De alguna manera la obra de Mastai remite más a la enunciación que a la escritura. La artista cuando pinta, en realidad, no escribe. Más bien explora las condiciones para que una escritura emerja. Trabaja la condición para que la letra exista. Su obra no es un escribir sino un poder escribir, con todas las implicancias que ese poder tiene.

En ese acto, en el gesto, se condensa además un espacio, que no es el espacio plano, límpido, la superficie pulida o la pantalla, sino más bien un espacio estriado, sinuoso. La pintura de Mastai es, en este sentido, la búsqueda de un estado, es el intento por mantener un estado.  En esa búsqueda, la artista genera líneas que no delimitan bloques sólidos, se compone de trazos no lineales. Es el rechazo de lo lineal, como el que producen los estados de mareo: es una línea quebrada.

El silencio no es únicamente lo que no se dice, sino también lo que no puede ser visualizado. Hay un vacío al que uno sólo puede aproximarse. Lo que llamamos abstracto es una forma de nombrar no tanto el vacío sino más bien la búsqueda del vacío. El color del lienzo y las extensas manchas de aceite le dan a los fondos una apariencia erosionada, como un muro en el que se entrecruzan escrituras diferentes, en el que coexisten y a la vez se superponen.

Sus cuadros parecen el receptáculo de todo lo escrito, como si la escritura naciera de la propia superficie. De alguna manera, Mastai usa el arte para borrar el arte, en tanto su trazo ya no es la remisión a una individualidad –como la identidad masculina en Pollock- sino que es la huella de una dispersión, más cercana tal vez a otras experiencias del siglo XX como la de Cy Towmbly. La pintura de Mastai no busca llenar el vacío, no intenta colmarlo: intenta verlo como un espacio de posibilidad. Por eso, acaso, su modo de ejercer el trazo se cruza con la poesía. Evidencia el carácter visual, pictórico, asociado con la palabra, como en un ejercicio cercano a lo oriental, donde escritura y dibujo coinciden literalmente.

Al igual que el Quijote, un personaje-escritura, como lo ve Foucault en Las Palabras y las cosas, una letra que se ha escapado del bostezo de la lectura, estos cuadros, con su trazo fino y largo, parecen grafismos encerrados en su propia naturaleza de signos. La verdad, dice en un movimiento quijotesco la obra de Mastai, no está en la referencia a algo externo, no está en la representación, en la relación de las palabras con el mundo, sino en esa tenue y constante relación que las marcas verbales tejen –y trazan- entre sí.

Mariana Lopez

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